MORIR EN QUITO

Morir acá, en Quito, es algo extraño. Te matan para robarte diez dólares, o dejan a dos niñas de 9 y 4 años de edad huérfanas de padre por un sencillo celular, en pleno Casco Colonial de la ínfima cabecera cantonal que administra ese hombre tan ajeno a la trascendencia que es Paquito Moncayo.

Morir en Quito es barato, sí, pero al menos no estallan bombas islámicas ni caen cohetes judíos. Tampoco hay el suficiente petróleo como para que nos lluevan tomahawks del tío Sam.

Los políticos y el resto de las mafias casi nunca contratan sicarios, sino jueces. Se nota en los precios, además, porque los sicarios están a diez dólares en Lago Agrio, mientras los jueces y fiscales –por la oferta y la demanda- no sólo cuestan muchísimos más dólares, sino que también uno que otro carguito público para la sobrinita.

En Quito te pueden meter un tiro en la cabeza si le quitas la mujer a alguien. Y es posible que en seis meses el que te mató quiera llevarte a los altares por el favor recibido. Un bus al mando de un subnormal con licencia falsificada o de un muchachito drogado con licencia comprada, en un segundo detendrá el universo que conocías, enviándote al grupo de los que empezarán a ser olvidados.

Morir no significa solamente que se detenga tu corazón. La muerte también puede ser intelectual, y en eso creo que todos somos por lo menos cómplices y encubridores, de una asesinato diario a cualquier persona a la que se nos ocurre endilgar un delito sin pruebas ni responsabilidad. El de Nicolás Landes, por ejemplo, el perfecto asesinato intelectual de un señor otrora podrido en plata pero sin amigos suficientes y un par de enemigos de los malos. Si todos piensan que eres un delincuente y las razones y las pruebas ya no sirven para nada, también estás muerto.

Justo ahora alguien estará pensando en ahorcarse o en cortarse las venas por un culo resbaloso. Como si faltaran voluntarios para mandarte al paraíso en el ejercicio de su miserable humanidad. Si eres tú, no lo hagas, no seas pendejo, ella a los tres días estará metida abajo del escritorio de TU jefe bajándole la bragueta.

También nos puede evaporar un volcán emputecido que no podrá encontrar más de diez justos entre los quiteños. ¿Por qué no? Sin embargo en el intestino llevamos con afecto bacterias que podrían vaciar Noruega y parecería que varios miles ya toleramos sin problemas el arsénico municipal al puro estilo Rasputín.

En Quito siempre las cosas han sido así. Hace 14 años se mató mi amigo Diego por la simplona idea de hacer una parrillada para los desconocidos compañeros de facultad. Sobre el se posó desnuda la ramera incontrolable que llamamos Muerte y amasó todas las miserias que soportamos siempre: Tragos, amor, velocidad, juventud y una carretera donde algún burócrata maldito o su contratista hijo de puta, abandonó ripio y escombros en una curva oscura y mal diseñada.

Ahora bien, la mejor manera de morir en Quito es entendiendo lo que realmente pasa a tu alrededor, entonces seguro morirás aplastado por la desesperación de saber que una foto o un video son la única manera de resucitar a quienes extrañas, y que llegaremos a viejos sin haber conseguido vivir en un país honesto y racional.

MORIR EN QUITO MORIR EN QUITO Reviewed by RLN on 10:40 Rating: 5

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