LA HISTORIA DESCONOCIDA DE EPLICACHIMA

En uso de su libertad de expresión, el sacerdote jesuita Juan de Velasco  escribió la historia del Reino de Quito, y nos contó –entre otras maravillas- sobre el reinado de Shyri Hualcopo Duchicela XIV, cuando comenzó el ataque inca. Y aquí es donde aparece Eplicachima que, en uno de los primero actos de nepotismo registrados en esta tierra, fue nombrado General del Reino por su hermano el rey. 

Esta introducción nos coloca en el lugar adecuado para preguntarnos ¿quién fue ese general? ¿Su formación, su familia, sus estudios, negocios, amores? No es justo para tan valiente guerrero que su nombre solo sirva en tiempos actuales para darle nombre a cuarteles, ni para engordar discursos marciales.  Mis investigaciones –acaso más respetables que las de Juan de Velasco- me han llevado a desentrañar su origen, a reconstruir sus días y a contarles su historia:

Hualcopo Duchicela habría tenido 8 años cuando sus padres le anunciaron que tendría un hermanito. Hualcopo, como no podría ser de otra manera, volvió a mearse en la cama para llamar la atención de sus progenitores ante la amenaza que estaba por nacer. En su corazón el amor por su hermanito crecería como la paja del páramo. O sea, seco y frío.

Nació el esperado pequeño un día de poca luz por la neblina, su madre en grandes dolores y el padre caminando ida y vuelta desde lo que hoy se conoce como Chillogallo hasta la Rodrigo de Chávez. Los primeros gritos de Eplicachima (nombre sugerido por el mismo Hualcopo y que significa “Cada que no me vean mis taitas te voy a dar un sopapo”) retumbaron con alegría y pulmones en el humilde hogar de la familia Duchicela-SinApellido. Los Duchicela-Sin Apellido, eran dueños del  aprecio de su barrio, pues nunca faltaron a una minga, ni habían conseguido nada que el resto pudiera envidiarles.

Mientras Hualcopo dedicaba sus días a soñar en ser el rey de los Shyris (cosa que finalmente consiguió), los años de Epiclachima transcurrieron no exentos de peligros y aventuras, pero especialmente en la contemplación de la naturaleza y en la curiosidad.

A los cinco años ya se había comido su primer quintal de tierra. Y mientras la diarrea diezmaba a sus primos y a los hijos de los conocidos y vecinos de su familia, Epiclachima desarrollaba un estómago inmune a toda cuica e infección.

A los diez años, recibió su primera huaraca (catapulta) con la cual se dedicó a matar a huaracazos a todo pájaro que se le cruzara por las cercanías. Este despropósito y crueldad le serían útiles cuando en edad adulta y en condición de milico, tendría que destapar a palazos los cráneos de sus enemigos.

A los trece años, Epiclachima se hizo su primera paja.

A los quince pintaba, pero sus cuadros no tenían éxito, en especial porque la pintura iridiscente desaparecía cada vez que el cuadro se secaba.  Ni bien vendía un cuadro, tenía que devolver la plata al iracundo coleccionista. 

A los dieciocho, sus padres le dijeron que la expectativa de vida no le permitiría cumplir sus sueños de artista soltero, y le ordenaron viajar a tierras del sur para encontrar esposa.  Epiclachima, resentido por creer que sus padres ya no lo querían en la casa (como efectivamente pasaba), puso pies al norte, en un acto de rebeldía pero de obediencia simultáneas, porque los correazos de esa época eran con hojas de pencos y sus respectivas espinas.

Su madre le armó una maletita con kukayo, su padre le dio su mejor piedra y unidos en un abrazo se despidieron del hijo pequeño. Hualcopo, el hermano mayor,  para esa época ya era diputado y fingiendo estar ocupado no fue a la despedida.

Tras largas semanas de caminata en solitario, Epiclachima encontró la tribu de los Fishficas. Tribu de prestigio y con su propia genealogía que se perdía incluso en las zonas de Mongolia, desde donde había venido a pata aprovechando que los gringos todavía no pedía visa en Alaska.  

Pidió hablar Epiclachima con el rey, y recibió como respuesta la burla de todos, puesto que los Fishficas no habían desarrollado todavía un sistema de gobierno donde uno jodiera al resto. Todos trabajaban, todos respetaban la propiedad privada. No se conocía el robo de llamingos, y salvo una que otra hualiquitaua con mujer ajena, que se resolvía con un violento guáchag de ambos turmichguigs del goloso, la paz cobijaba a dicha etnia.   

Fumar marihuana era común y legal. Los cuyes no servían como jabones para limpiarse el mal de ojo, ni se les destripaba vivos para disque ver qué enfermedad tenía el adolorido  (para eso son las resonancias magnéticas, bestias).

Epiclachima se sintió feliz, colaboró con las tareas encomendadas, aprendió a lavarse las patas antes de entrar en las casas, concursó con gran éxito en los juegos tribales. Esta habilidad le ganó el afecto de sus anfitriones.  

Cumpliendo el deseo de sus padres, y en esas noches en las que el frío torturante del páramo hace que te valgan un carajo la puta luna, las estrellas fulgurantes o el contorno de las infames montañas en el horizonte, Epiclachima que venía con una leona del flautas, se prendó de Pechuita. Cualquiera se hubiera prendado de ella, en esa noche tan fría que sus pezones parecían los Illinizas.  

Pechuita era el bello producto de la unión de una agraciada fishfica que había muerto en el parto y de un comerciante de la tribu Púra que la sedujo para nunca más volver.  Pechuita fue criada por sus abuelos maternos. Además de dulce y amigable, no pasaba desapercibida ante la  gente de su zona pues  Pechuita era medio púra. Y medio fishfica.

Ella correspondió a Epiclachima, envuelta en un amor ciego, testarudo y erotizante, acaso siguiendo esa línea hereditaria que le dejó su madre de enamorarse de extranjeros.  Epiclachima no pudo sentirse más completo y ella lo amaba como si su  familia se hubiera opuesto a su amor. 

Epi, solo tuvo que renunciar al concurso de la paja en ojo ajeno, por falta de suministros, porque eso si, Pechuita le tenía al borde de la anemia y de la descalcificación de los huesos. Pero de ahí, feliz estaba.  El abuelo de Pechuita, por su parte, empezó a sufrir de tétricos insomnios, pues su sabiduría de hombre viejo, le hacía pensar que pronto sería bisabuelo y que capaz tendría que criar este wawa también.  La abuela también sufría, pero en esas épocas mitológicas, las mujeres no se quejaban.

El abuelo de Pechuita llamábase, como su padre y como su abuelo: Aruma.  Invitó al té de las cinco a Epiclachima y pidió a las mujeres que los dejaran solos.

Sentados frente a frente, con una fogata en el medio, los hombres de torso desnudo, taparrabos gastados, pies callosos, rostro agrietados por el sol, espaldas fuertes, con principios de cistitis el uno, e inflamación de prepucio el otro, se miraron como en un espejo te miras cuando te dicen que tienes los ojos amarillentos.

El anciano rompió el hielo (de un trozo que le compró a un hielero del Chimborazo) y enfrió un poco de chicha. Seguían mirándose desde cada extremo de la fogata. Todavía como en un espejo. No volaba una mosca. En el páramo no hay. 

El anciano rompió el hielo, y habló colocándose una mano en el ombligo, según su tradición.

-Soy Aruma, hijo de Aruma, nieto de Aruma, padre de Pechuita, y abuelo de Pechuita (me había olvidado que a los fishficas les encantaba mantener los nombres de sus antepasados). Preséntate ante mi, le dijo con voz enmohecida pero elegante. Disimuladamente además se olió el dedo que se había metido en el pupo y sonrió satisfecho.

-Soy Epiclachima, no se el nombre de mis padres porque el cura Juan de Velasco no se los inventó, pero mi hermano se llama Hualcopo.  Mi apellido es Duchicela.

-Ah no me digas, ¿de cuáles Duchicelas eres mijo? ¿De los de Liribamba o de Quitu?

-De los de Quitu, don Aruma, contestó Epiclachima, y el anciano hizo un corto silencio.

-Labras la tierra y pelas los choclos con vigor. Pero también pelas con el mismo vigor a mi nieta y, cierto es que es chévere ser jipis y todo eso,  yo también lo hice, pero sería bueno que me expliques tus intenciones con mi nieta, y me rindas las garantías suficientes. Al final del día, el sistema te obliga a formalizar las relaciones, querido y hacendoso Epiclachima.

-No poseo tesoros, salvo esta piedra que me dio mi padre cuando partí en busca del amor, eso sería mi garantía. Sin embargo, mi amor por Pechuita es tan cierto como que la tierra es plana y estoy dispuesto a formalizar mi unión con ella de la forma en que esta tribu que me acogió tenga como costumbre.

El abuelo Aruma sonrió satisfecho aunque la pilche piedra le valió trozo. Convocó a la tribu y sencillamente hizo el anuncio de que su nieta había desposado al gentil y simpático extranjero, mediante un ritual llevado a cabo en la intimidad familiar. Todos celebraron con una fumata general y pese a que las fiestas fueron intensas, solo una fishfica se cayó de la chiva y a un goloso hubo que guachagle ambos turmichguigs.

Copulando, como copulaban, Pechuita no tardó en atrasarse. A las pocas lunas Epiclachima tenía trillizos, y hubo que dormirle una semana con aguas de poderosas yerbas traídas del oriente para que no se hiciera él mismo la guagchada de sus turmichguigs. Los choclos no alcanzaban ni comiéndoselos con tuza y todo, una de los trillizos (dos varones y una mujercita) Pechuita, les salió alérgica a la lana de llamingo, y Epiclachima y Epiclachima comían como la erosión.

Luego de varias noches insomne y recibiendo constantes llamadas del banco y de la tarjeta de crédito, Epiclachima le dijo a Pechuita que tendría que pedirle algún cachuelo a su hermano que había sido recientemente coronado como Rey de los Shyris.  No me quiere, pero algo me dará, se auto convenció. Pechuita estuvo conforme, no podía ser una mala noticia que su cuñado sea el Rey.

Corría el año de 1450 aproximadamente (las cuentas son del Juan de Velasco), Epiclachima llegó a pedir trabajo donde su hermano justo cuando Hualcopo Duchicela paría piñas porque llegaban desde el sur unos conquistadores bravísimos llamados Incas, cuya reputación era temible y sus resultados evidentes, pues ya habían conquistado casi todo el Tahuantinsuyo.

Celoso de su hermano menor y mala gente como siempre fue, Hualcopo decidió contratarle de General y enviarle a la guerra. 

-Pero yo no soy militar, hermano. Soy pacifista.

-Jipi abraza árboles es lo que eres. A mi me ha tocado ser el responsable de la familia, mientras vos hecho el progre y teniendo hijos como conejo. Ahora tendrás que aprender a pelear hasta llegar a la zona de conflicto.  Un par de asesores que enviaré contigo te enseñarán el arte de la guerra y la estrategia.

-Pero hermano, ahora soy padre de tres hijos. Tu sobrinos. No quiero dejarlos huérfanos. La unita es….

-¡No vas a morir idiota!, vas de general, no de subteniente. Y te conviene pues ahora que tienes responsabilidades y gastos. Asegúrate de llevar al menos el 20 por ciento en la compra de flechas, huaracas, lanzas, y comida del ejército. Al regreso me pasas dejando la mitad.

-Defenderé tu reino, hermano, o moriré en el intento, dijo el indio nervioso.

Hualcopo llamó a sus asesores: “cuando este cojudo muera, me recogen la comisión y se regresan en el primer trote”.  


-¡Así sea!, dijeron al unísono los asesores.

Epiclachima marchó valientemente a la guerra contra los invasores del sur. Peleó algunas batallas de las cuales salió vivo de milagro y arrancando sufridos empates.  Adentro de su piel del generoso pacifista y hábil pelador de choclos tenía un feroz guerrero. Emisarios del sur quisieron envenenarlo, pero ya habíamos dicho que tenía un estómago de indio mismo.  

En su última contienda, luchó con un brazo lesionado casi desde el minuto 10 pues fue herido con una flecha. Volvió a la carga, pero otra flecha le impactó en el brazo sano y lo destrozó. Epiclachima gritó “para vencer al enemigo no se necesitan brazos”, con ese grito dos incas se cagaron de risa y fueron muertos en el descuido. Pero una lanza  atravesó uno de sus muslos y cayó de rodillas al suelo, sin embargo, no desmayó. Rodó, todavía con vida, pero abrazado a la bandera Shyri hasta que dejó de rodar en un sitio donde había tantas piedras que era imposible seguir rodando. Finalmente, pálido como un lirio y sin una gota de sangre murió sin tiempo para colocar en sus nostálgicos y partidos labios los nombres de Pechuita, de Pechuita, de Epiclachima y de Epiclachima.

Los incas sorprendidos y admirados por el valor de su contrincante que con 300 guerreros había casi derrotado a miles y miles de los suyos,  ordenaron que se le de un entierro como jamás se había hecho en el reino.

Y lo enterraron de cabeza.




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