Con los años, muy despacio y por cortas temporadas,
he ido aprendiendo conceptos y teorías de la ciencia que me han fascinado.
Si en la época oportuna de mi juventud me hubiera
interesado entender el universo, en lugar de colgarme de las vigas del
Papillón, y además hubiera sido enseñado que la más inteligente manera de
hacerlo la ofrece la ciencia, jamás habría pisado una facultad de Derecho. En
esas aulas entré en una disciplina que tan solo explica el poder y sus
consecuencias. No está mal, pero no es todo lo que se debe comprender.
Muchos hemos conocido el clásico ejemplo del átomo y
de un sistema de planetas, el curioso hecho de que en un átomo los electrones
orbiten alrededor del núcleo con protones y neutrones, de manera similar a un
sol con sus planetas. No obstante, hay
otros. Otros fenómenos estelares explicados por la física, que parecen
descripciones de la circunstancia del hombre, acaso no tan exactos en una
comparación gráfica, pero si filosófica y hasta poética.
En 1930 Sbrahmanyan Chandrasekhar, un físico hindú
apegado a la Teoría de la Relatividad de Einstein, explicó los agujeros negros
como los conocemos ahora. Cuando la energía de una estrella gigante se agota
por completo, su masa empieza a contraerse empujando hacia sí misma, acaso
hasta el infinito. Así la estrella agonizante alcanza una densidad de increíble
fuerza de atracción. Grita hacia adentro como buscando comerse su propio
corazón. Se reduce en tamaño, pero multiplica su fuerza de gravedad.
Por años he disfrutado de las aplicaciones
metafóricas que tiene el contundente agujero negro, esas “cosas” enormes que
flotan en el espacio y que tienen tanta masa y por lo mismo tanta fuerza de
gravedad que se tragan hasta la luz. Un agujero negro es el recuerdo de una
estrella. Nadie ha visto lo que hay adentro de uno de ellos, no hay manera de
emitir señales hacia el exterior, el agujero negro está desconectado del
espacio. Es la definición de la despedida. Es la piel de lo definitivo y atroz.
Pero antes de “caerse” dentro de uno, todavía queda
una zona con un nombre bello: el horizonte de sucesos. El horizonte de
sucesos es una zona invisible alrededor
de un agujero negro desde la cual, en teoría, todavía puedes escaparte de caer
al centro. Para evitarlo debes acelerar a la velocidad de la luz. Algo
imposible en la actual realidad, pero posible en las opciones de la teoría.
Esta misma teoría explica que si de todas maneras caíste necesitarás una
velocidad superior a la de la luz para escapar. Y esto es, incluso para la
teoría actual, irrealizable. Usar como metáfora de lo imposible el intento de
escapar de un agujero negro, no está mal.
Es morbosamente tétrico ese no lugar desde donde no te pueden llamar. Desde donde no puedes ver
ni ser visto. Adentro del horizonte de sucesos nada puede ser encontrado ni
escuchado. Y no es porque quien haya caído ahí haya desaparecido, no ha
desaparecido, sigue ahí, en alguna parte, vuelto polvo a causa del cortafuegos,
pero sigue en alguna condición. ¿Serán fantasmas sin memoria los que flotan
ahí?
El estado de la materia absorbida por un agujero
negro es un misterio para todos, especialmente para los más geniales físicos de
la humanidad. Pero está flotando en el horizonte de sucesos hasta que colapsa —conforme
la teoría— en el centro del agujero negro. Algo así como: sabemos dónde estás,
pero no cómo estás.
Y luego aparecen otras teorías al respecto, una de
Hawking que sostiene que no, que no hay horizonte de sucesos, sino un horizonte
aparente, y que de un agujero negro sí se escapa la materia, pero totalmente
transformada, en forma de radiación. Que no se podría determinar lo que hay
adentro a partir de lo que va saliendo porque todo ha cambiado. Un renacimiento
sin memoria, digamos. Una forma de desaparecer sin desaparecer.
Y entonces pienso en los que se han ido. En mi
abuelo que cumplirá 15 años de estar sin ser él en un agujero negro. E imagino
que si algo de él logró escapar en forma de radiación, tendría que ser su
mirada. Pero una mirada que ya no recuerda los ojos de donde vino, claro, ni lo
que busca. Y con esto me conformo, no es su culpa no acordarse de mí, ni será
la mía olvidarme de él cuando cruce el horizonte. Cualquiera de ellos.
Horizonte de las estrellas
Reviewed by RLN
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15:20
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