Uno va por la vida pensando en que somos el producto de una noche de amor entre
nuestros padres y, aunque este es un análisis romántico de la situación, es
también una simplificación extrema de la estadística.
Otros más místicos
—menos gratos con sus progenitores y con delirios de grandeza— se consideran
producto del milagro de un dios generoso que decidió hacerlos llegar al mundo
ESPECÍFICAMENTE a ellos.
Pero el asunto de
nacer no es simple ni es místico. Puede llevar a la confusión de creerse un
portento celestial porque el asunto de la concepción tiene miles de ceros luego
de la coma. Sin embargo, aunque parezca que no, la grandeza del mismo número
explica racionalmente la ocurrencia del suceso.
Vamos a ver... En
estadística se conoce, entre varios, el cálculo de la probabilidad de que
ocurra un evento simple. Es algo así como: Si tienes diez monedas en el
bolsillo y nueve son de dólar y una de veinticinco centavos, entonces tienes un
décimo de posibilidades de sacar la de veinticinco centavos al meter la mano al
bolsillo, o en números decimales 0,10.
Con este mismo
cálculo daremos con las probabilidades de nuestra concepción. Aunque
primero aclaro que una cosa es la probabilidad de la concepción y otra la
probabilidad de haber sido NOSOTROS los concebidos.
En cada eyaculación se desbandan unos 250´000.000 espermatozoides y llega uno (cuando no son gemelos o más). O sea el 0.000000004 de entre todas las opciones fue aquel intrépido y cromosómico bicho flagelado que subió a lo más alto del podio del óvulo luego de atravesar el moco cervical, el útero y llegó a la trompa. De esa millonada unos 1000 espermatozoides sitian al óvulo hasta que el primero en entender que tiene que desprenderse de su amada cola consigue penetrar la corteza. Nótese que a partir de ahí empieza una historia de ir perdiendo cosas, como por ejemplo, el uso del control remoto de la televisión.
A esto hay que agregar que 1 de cada 20 óvulos femeninos alcanza la madurez, lo
que nos conduce a dividir ese 0,000000004 para 20, lo que nos deja un número de
0,0000000002.
Pudimos haber sido cualquier de esas posibilidades que, miradas desde otro
ángulo, fueron 250 millones por 20, es decir: somos uno de entre 5 mil millones
de los que pudimos haber sido.
Y así considerando que el progenitor tuvo la puntería de Guillermo Tell y
consiguió endeudarse para siempre en la primera sesión. En un ejemplo de “tres
sin sacar” las cifras se vuelven impresionantes. Casi como el sujeto.
Pero esto no es
nada. Ya que todos los seres humanos cumplimos con esta probabilidad
millonaria, también lo hicieron nuestros antepasados:
Dos padres, cuatro
abuelos, ocho bisabuelos, dieciséis tatarabuelos, sesenta y cuatro antepasados
en la séptima generación; 16.384 en la décimo quinta. En teoría nos precedieron
524.288 seres humanos, si la suma llega hasta la generación número 20. Ya con ese número de abuelos más les vale que sigan creyéndose más finos que la Duquesa de Alba, por cierto.
Digo “en teoría”
porque cuando el matrimonio es entre primos hermanos, comparten los mismos
abuelos y ahí derrapa todo el cálculo, así que con ellos no nos vamos a meter,
por ahora, aunque su cifra de antepasados sigue siendo gigantesca.
Solo tomando para
el cálculo los 534.288 seres humanos que nos antecedieron y entendiendo que
cada uno de ellos fue una de entre cinco mil millones de opciones, el cálculo
más simple (y posiblemente equivocado por su simpleza) podría ser el siguiente:
0,0000000002
dividido para 524.288, cuyo resultado es 0.0000000000000003743. Es decir,
tomando en cuenta solo 20 generaciones previas, somos uno de entre
2.671.440.000.000.000 de los seres que pudimos haber sido. Uno entre un número
con ínfulas de infinito.
Sin embargo, si aplicamos la “regla de la
multiplicación” que manda a multiplicar las
probabilidades individuales de dos eventos independientes para obtener el
resultado de ambos, deberíamos multiplicar las probabilidades de cada uno de
nosotros por la de cada uno de nuestros antepasados y creo que al final
tendríamos un número que podría dar infinidad de vueltas al Universo conocido.
Y mejor no, porque con un número mayor seguro van a sentirse más especiales de
lo que ya se van sintiendo.
Lo cierto es que,
se calcule como se calcule, cada ser humano es el resultado de una forma de
azar con billones de posibilidades. Acaso un número cercano al número de
estrellas del cosmos. Razón tenía Felipe, el amigo perezoso de Mafalda, cuando
se preguntaba, “¿Por qué justo a mí tenía que tocarme ser yo?”, aunque en
su agobio no medía la profundidad de su pregunta.
Ahora bien, conozco
a mi gente, seguro algunos ya están pensando “Memuero, somos un milagro.
Elé, elé, elé, diosito si existe porque sin él yo no existiría con lo difícil
que ha sido”. Y la verdad es que la cosa es al revés.
Pero sigamos.
El profesor de
la Imperial College of London y director de la Royal Statistical
Society, David Hand, publicó en 2014 un libro titulado “El Principio de
Improbabilidad” que explica de forma racional lo que usualmente nos parece un
milagro por su aparente improbabilidad.
Su principio
general radica en que los sucesos más improbables son los más usuales de todos,
y lo explica con cinco leyes: 1. La Ley de Inevitabilidad; 2.
La Ley de los Números Realmente Grandes; 3. La ley de la Selección; 4. La Ley
de la Palanca de Probabilidad; y, 5. La Ley de lo Suficientemente Similar.
La Ley de
inevitabilidad, dice que
necesariamente debe ocurrir cualquiera de la serie completa de todos los
posibles resultados de un evento aleatorio. Por ejemplo: De todos los posibles
resultados del sexo entre nuestros padres, al menos uno debe suceder, así como
puede suceder que uno o ambos hayan nacido sin la capacidad de tener hijos. La
posibilidad de que hayamos sido ese que conocemos como “YO”, es igual a la
probabilidad de que lo haya sido otro u otra. Capaz, incluso, uno más chévere.
La Ley de los
Números Realmente Grandes explica
que con una cantidad suficientemente grande de intentos, cualquier evento
extravagante ocurrirá.
Alguna vez esta ley
se cumplirá en el Estadio de Liga de Quito cuando finalmente triunfe el
Barcelona de Guayaquil. No será un milagro, será sencillamente que tarde o
temprano, con una enorme cantidad de partidos, ese día llegará. Así que,
hinchas del Barcelona, cuando le ganen en ese estadio a la Liga no vayan a
salir de rodillas desde Quito hasta Pallatanga agradeciéndole las rótulas a
Narcisa de Nobol, sino a la ley de los números realmente grandes y a los
jugadores que lo intentaron en suficientes ocasiones.
La
ley de la Selección. Señala Hand
que “cualquier cosa puede ser «la más probable» si se
observa el final del experimento”.
Usemos
un ejemplo de nuestra historia (Hand hizo uno con la historia de EEUU).
Parecería que entre Antonio Flores Jijón y Galo Plaza Lasso, además de ser
expresidentes del Ecuador, nada más tendrían en común. Pero veamos: Antonio
Flores Jijón fue hijo de un expresidente del país (Juan José Flores) y lo mismo
Galo Plaza Lasso (Leonidas Plaza). Juan José Flores y Gabriel García Moreno se
unieron militarmente en 1860 y se tomaron Guayaquil. Leonidas Plaza y Eloy
Alfaro se unieron militarmente en 1883 y se tomaron Guayaquil. La primera
pareja lo hizo para derrocar al dictador Franco, y la segunda al dictador
Veintemilla. Sabemos además que García Moreno y luego Alfaro alcanzaron la
presidencia del Ecuador.
Flores
Jijón y Plaza Lasso antes de ser presidentes fueron diputados por Pichincha,
ambos tenían doble nacionalidad: Flores colombiana y ecuatoriana y Plaza,
ecuatoriana y estadounidense. Sus padres fueron generales, por cierto. Y
buscando aún más se podría seguir encontrando coincidencias entre estos dos
personajes distanciados con casi 80 años entre sus nacimientos.
En
otras palabras, es cuestión de saber buscar las semejanzas, cuando los eventos
ya han ocurrido.
La
Ley de la Palanca de Probabilidad sostiene
que “pequeños cambios pueden hacer que eventos altamente improbables
sucedan con seguridad”.
Esta
ley nos pide que analicemos las causas detrás de un suceso en apariencia
imposible, como encontrarse con una ex en Disney y luego en el mismo maldito
avión de retorno a Quito. Pero la verdad es que usualmente la gente que conoces
va de vacaciones a los mismo sitios, viven en la misma ciudad y tendrían que
volver al mismo lugar, hay pocas aerolíneas disponibles, los calendarios de
vacaciones son comunes y así varias explicaciones pequeñas que se van sumando
para restarle magia a la situación. No vayan a creer que es una “señal” del
destino para pegarse un remember.
La Ley de lo
Suficientemente Similar: Tendemos
a calificar como idénticos a los sucesos muy similares. Usaré un ejemplo
personal: Hace unos meses en el aeropuerto de Atlanta se me acercó un hombre
para hacerme una encuesta de servicio de la aerolínea. Cuando vi la
identificación en su solapa leí mi propio nombre. Este señor se llamaba Rafael
Lugo. ¿Raro?, sí, pero no inusual, ni peor imposible. Este tocayo mío era
venezolano y los nombres castizos son típicos de Venezuela y Ecuador. Somos
millones de ecuatorianos y son más millones los venezolanos. Este Rafael Lugo
venezolano debió haber entrevistado a cientos de pasajeros latinoamericanos,
pues su zona de trabajo eran las salas desde donde embarcaban pasajeros con ese
destino, y el Aeropuerto de Atlanta es el más grande del mundo, en fin... matemáticamente
es casi seguro que el asunto podría ocurrir en algún momento. Nuestros nombres
era similares, pero no eran idénticos. Ni tampoco nosotros. Él era mayor, sus
otros apellidos no eran los mismos que los míos, ejercemos profesiones
distintas, yo soy muchísimo, pero muchísimo más guapo, y así millones de
diferencias entre ambos, que demuestran que no hubo nada de milagroso o
imposible en una pequeña coincidencia dentro de tantas diferencias.
En su libro, David Hand concluye: “el principio de la improbabilidad
nos dice que los acontecimientos que consideramos altamente improbables ocurren
porque interpretamos equivocadamente los hechos. Si podemos descubrir dónde nos
equivocamos, entonces lo que nos parece improbable lo entenderemos como
probable”. En otras palabras, siempre hay una explicación racional
para todo.
Ahora, esto nos debería llevar a entender algunas cosas, especialmente que
lo que ocurre en el universo, con evolución incluida, no son más que actos
inevitables que cumplen con suficiencia todas las leyes que he compartido.
Entendamos que fue inevitable que uno de los 5 mil millones —a la n potencia—
de los que pudimos ser, finalmente haya nacido. No hubo un propósito en que
hayamos sido nosotros en lugar de cualquiera de los otros que pudimos “ser”.
Así como no hay propósito, ni plan, ni “diseño inteligente” desde el inicio
hasta el fin del universo. PROPÓSITO es la palabra clave en todo esto. No hay
propósito en nada de lo que ocurre en la naturaleza.
Nuestra llegada al mundo no es un milagro de ningún tipo. No fue algo
especial ni —peor aún— se sostiene con lo que algunos creen: que son “hijos de
dios” y que con eso basta. Con estas racionales explicaciones, notarán ustedes,
que tampoco el KARMA es una situación real, ni el DHARMA, claro está.
Pero si pudiéramos hacer de nuestra vida algo especial y hasta algo
inusual, esa es otra jurisdicción donde sí entran los propósitos y los planes
conscientes que habitan o desarrollamos en nuestros cerebros. El “diseño
inteligente” que cada vez menos personas pretenden incrustar en la explicación
del cosmos, es potestad exclusiva de cada ser humano que se precie de tener
cerebro y decida sentirse cómodo con la realidad. Nuestra concepción no tuvo
propósito, pero nuestra forma de vivir si podría tenerlo. A los ojos de
este planeta que vamos destruyendo, no hubo propósito en el aparecimiento de
este engendro destructor llamado humano, pero si pueden los humanos tener el
propósito de no seguir destrozando el planeta.
Volviendo al principio, pues creo que no vale la pena sentirse orgullosos
de ese falsamente mágico zigoto que nos dio inicio, sino de la cantidad de
perversidades que evitemos cometer.
Hay que de dejar de sentirnos orgullosos del zigoto que fuimos
Reviewed by RLN
on
15:02
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