Torturante experiencia. Torturante para todos. Para el padre que dice lo que menos quiere decir pues en el fondo “celebra” que un fulano le cambiado a su hijita por una deuda del putas con el señor de los banquetes. Para la madre que no sabe cómo acomodarse la faja, el peinado y sostener la copa, mientras escucha las babosadas de su cónyuge, que ahora son públicas. Para los novios que saben del embarazo de tres meses y tuercen los ojos cuando el discursante ensalza la virginidad de la nena. Y para el resto de invitados que no le oyen por las fallas del audio o le escuchan todo en silencio sepulcral, con hambre de náufragos y ansiosos por iniciar la ronda de críticas en contra del menú, de las suegras y por supuesto del discurso que acaban de oír.
Un breve brindis como un: “Salud por los novios!” es más que suficiente y sincero. ¿Para qué más? El ciento uno por ciento de los papás están convencido que su princesa feona es “más completa” que Natalie Portman, y ese mismo porcentaje cree que el pendejo que se consiguió su guagua no le llega ni a los talones. Para colmo está el factor sexual, que no es más que entender que a su niña –si tiene suerte- se la van a servir en dieciocho posiciones diferentes, cada una de ellas más lúbrica, concupiscente, lasciva y lujuriosa. Así, tal y como él lo hizo años atrás con la flamante suegra. Pese a este sufrimiento acumulado desde el lejano día en que el ginecólogo anunció “es mujercita”, el padre, estoico y henchido de pundonor se lanza a festejar con prosa y verso lo que en realidad no quiere y no puede, dejando a su paso un reguero de frases que la medicina a calificado como el “Síndrome Bonafont”, con la vomitiva canción “es mi niña bonita” del trompudo del Vicente Fernández como banda sonora.
El discurso comienza con un tembleque “queridos todos” -pausa, tos, mojada de labios con la lengua-, y de ahí se larga a una asociación de ideas fantástica que produce frases de toda índole y condición, como arrancadas de alguna canción del inmediatamente ajusticiable Arjona, que van desde las botánico-nostálgicas como “Vladimir, te llevas a la flor más bella de mi jardín”, hasta netamente futboleras como “estuve triste de que mi nena se me vaya con un hincha del Quito, pero ya estoy contento porque le convencí que se haga de la Liga”, pasando por genético-místicas como “ya veo en mis nietos la mirada dulce de su madre que es la misma mirada de ángel que tenía su abuelita, mi mamá Tulita, que les mira desde el cielo”, y alcanzando cumbres mitológico-exuberantes como “el amor es, ese escudo que protege, hasta ese talón de Aquiles que es, el paso del tiempo y, por qué no decirlo, las tentaciones y las gigantes minucias que a veces y casi siempre tocan a nuestra puerta con la voracidad del Minotauro, así tal cual, cuando menos nos lo esperamos, despertándonos a la realidad que fue idéntica, pero ya no será, de la fantasía que ahora mi hija Pepita y, por qué no decirlo, mi nuevo hijo Juancho, están viviendo en este mágico momento”.
Ahí está. No más discursos del padre de la novia.
NO MAS DISCURSOS DEL PADRE DE LA NOVIA
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