Hace no mucho la mayoría de mujeres no podía pegarse un polvo en santa paz porque iban el domingo a misa y el cura les decía que se irían al infierno si le entraban al asunto de la carne. No faltaría el jovencito que pediría perdón a Dios de rodillas por haber sucumbido a la tentación de hacerse una pajita. Como consecuencia directa de esa formación católica, LA CULPA era la compañera fiel de todo sentimiento o acción que dejaba alguna satisfacción en la gente, por pequeña que hubiera sido.
La culpa servía entre otras cosas para ensuciar el sexo y cualquier forma de dicha. De ahí que, incluso darse un gustito comprando algún efecto -útil-, llenaba de remordimiento al personaje en cuestión.
Pero con el paso del tiempo, la culpa fue perdiendo terreno en el área genital y ganando espacio en el área financiera y formativa.
Algunos años atrás entró a mi casa un joven con verbo de político que enseñándome unas fotos gigantes de unos bichos horribles llamados ácaros y haciéndome ver lo poco que realmente limpiaba la escoba, me preguntó sin mucha diplomacia algo así como: ¿no le importa que sus hijos chiquitos respiren este aire contaminado destruyendo sus pulmoncitos? Caí fulminado por la culpa y compré un aparato que si bien es cierto limpia mucho, no ha podido evitar que los habitantes de mi casa suframos alguna que otra vez de enfermedades respiratorias, porque así mismo es la vida.
Y no hace poco en una reunión para padres de familia tuve que soportar una charla de un caballero que para nomás de vendernos un simple y usual paseo de fin de año, afirmaba que si nuestros hijos no asistían al tipo de paseo que él y solo él sabía cómo organizar, los pobres no podrían relacionarse con sus pares, no desarrollarían su autosuficiencia, perderían confianza en sí mismos, y sólo sabrían subir a los árboles del Wii. Como ya no soy el mismo que se endeudó para comprar el exterminador de ácaros, preferí abandonar la sala, (aunque sabía no muy en el fondo que mi hijo iría a tal paseo, pero para estar con sus panas, no con sus “pares”).
La culpa ha evolucionado como un reptil que aprendió a volar. De arrastrase a niveles sexuales, ahora gobierna en otros aspectos, como el de la educación paterna. Treinta años atrás un buen correazo en el trasero del guambra maleducado era tan bien visto como ahora la vacuna contra la gripe H1N1. En algunos países hasta te pueden quitar a tus hijos si lo haces. Uno se pregunta con temor si por exceso de rigidez no estaremos criando un futuro ultraderechista, o si por negarle algún juguete estaremos incubando un posible resentido social.
De lo único que alguien debería sentirse culpable de no adquirir es de un buen seguro múltiple contra todo mal. Para el resto, mucho ojo con la culpa, es ahora una gran aliada de vendedores y publicistas. Son muchos los comerciales que te dicen que la estás cagando para venderte algún traste útil o inútil. Renuncias a vivir si no viajas, no amas a tu mujer si no le compras joyas, no te importa tu familia si no la llevas de aventura en un cuatro por cuatro envidiable, y eres un perro miserable si no cocinas en unas putas ollas fabricadas con un material que solo usan los astronautas. Y es gracioso cómo cuando llegan las cuentas la culpa se transforma en arrepentimiento. Usualmente en enero. De cada puto año.
La culpa y las compras
Reviewed by RLN
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