Hay varias formas de libertad, o varias manifestaciones de la misma, o varias escalas de un mismo concepto. Supongo que la libertad de pensamiento es la única inviolable, pues es la más secreta de nuestras posesiones. Luego una libertad de expresión para decir lo que queremos decir y después una libertad física que se vuelve un botín cuando las amenazas de cárcel abundan. Así dejo expuesta una sencilla e incompleta lista de libertades, pero suficiente como para seguir la idea de esta columna.
Hablo de exclusivamente de opiniones en este espacio, incluso de ciertas opiniones y no de información. La información debe ser bien manejada, dos más dos son cuatro, fulano robó tal cosa, el contrato tal es corrupto, etc. Esto es información, se debe cuidar lo que se informa, o lo que se acusa y viendo las cosas con responsabilidad, por más ganas que tengamos o justificaciones que nos den algunos hijueputas, no se les puede llamar así públicamente. Y para cuidar esto no hacía falta una ley bautizada con meados del diablo, bastaban los artículos sobre la injuria que están en el Código Penal. Y jueces que signifiquen certezas jurídicas y no vergüenzas mundiales (pero eso es otra historia).
Ahora, tengo ciertos dogmas clavados en la cabeza, ideas que no quiero (y tal vez ni pueda) cambiar. Ideas dogmáticas como creer que no hay que creer en ninguna religión ni afiliarse a ningún gremio, o respetar la opción sexual de la gente, o sentirme en el derecho de tomar la vida de alguien si este pone en peligro la vida de algún miembro de mi familia. Yo creo en esto. Son creencias que de varias maneras he expresado con libertad. Pero al ser ideas que dominan mi pensamiento, de pronto descubro que he reclamado libertad de expresión para publicar sobre las ideas que encadenan mi intelecto. Pido libertad para proclamar la esclavitud a la que yo mismo me he sometido. Es raro. Pero solo es raro, no es importante. Nada realmente es importante en el mundo de los pensamientos, salvo aquellos que son útiles como el inventar una vacuna que sirva para generar espermatozoides u óvulos cuando ya se tenga neuronas suficientes.
Volviendo a las normas insulsas, nunca me va a conmover que me prohíban expresarme sobre las cosas que no me importan ni me interesan. Por ejemplo, si una ley me prohibiese escribir sobre los huecos de mis viejos calzoncillos, me estorbaría tan poco como me estorba la ley que me prohíbe meterme tacos de droga en el trasero. Esto porque mis calzoncillos viejos no son de interés alguno y porque mi línea de negocio no va por los tacos de drogas en el trasero. Son las ideas que considero importantes las que trataría de exponer y sobre las que me dolería me prohíban hablar. Y estas ideas importantes son, como venía diciendo, aquellas que me someten. Y regreso a esta suerte de fárrago conceptual con otras palabras: “esclavo de pensamientos solicita comedidamente libertad de expresión”. Estoy seguro de que alguien más ya pensó en esta situación, quisiera saber quién fue, pues posiblemente tenga una respuesta que me sirva.
Lo que acabo de decir no alcanza a ser una paradoja, sin embargo, sí puede ser una invitación a abrir la mente antes que abrir correos que nos invitan a defender la libertad de expresión sin beneficio de inventario alguno. Y es que tengo otra cadena mental que se activa ante cada nueva revolución, disputa, reclamo, huelga, lamento o queja: ¿para qué?
CHURINCHURINFUNFLAIS
Reviewed by RLN
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