Especialmente
en la Edad Media, los reyes se las arreglaron para presentarse ante sus pueblos
como “enviados de Dios”, con la purísima complicidad del papa de turno y así
sus actos, buenos, malos o repugnantes no podían ser discutidos por longo
alguno, porque su “origen” se ubicaba en ese éter misterioso, poderoso, temible
y, además, invisible que es Dios Padre (léalo con voz profunda y ojos en
blanco). Si para alguien resulta difícil tasar la importancia de esta
“presencia divina”, observen la experiencia de Juan Carlos I de España. Éste,
que ya no tiene la etiqueta de ser semi
divino, la está pasando mal. Pobrecito
él, ya no puede cometer atrocidades en santa paz y con plata ajena, como
asesinar un elefante.
Teocracia
se llama este sistema de gobierno donde Dios es el soberano que gobierna
mediante el concurso de un tercero que funge como su representante, su dichoso
enviado, su perfecto embajador. Hasta la Revolución francesa este criterio fue
el principal sostén de los reyes europeos. En los días presentes, Arabia Saudí
tiene una la monarquía que se declara como defensora del Islam con el Corán
como constitución y la Sharia (ley islámica) como ley. En gobiernos como el de
Arabia Saudí tampoco hay longo que pueda decir que en su gobierno hay algún
error o alguna mala fe, porque se jode. De hijo de sharmuta para arriba le tratan.
El
uso de las mayorías es algo muy parecido al uso de cualquier dios. En vista de
que, en la pinche democracia que tenemos, el sistema electoral de “mayoría
gana” es lo que hay, entonces quien más votos tiene, o más apoyo dice tener, es
quien posee la verdad en sus labios y la justicia en sus actos, porque es un
“enviado” de esa brumosa sopa de mujeres y hombres que componen “La Mayoría”
(también puede usar voz de megáfono y temblor en el lacrimal). A veces la
mayoría es inédita. También puede ser nunca vista, histórica y todopoderosa.
Divina, también podría ser, aunque sea irónico darse cuenta que Jesús (con todo
lo que significa), en la única elección a la que se presentó, perdió de largo
contra un prontuariado.
Muchos
se valen de la mayoría para convencerse de lo que sea. Demasiados suspiran con
alivio cuando notan que otros apoyan sus ideas, creencias o eructos. La mayoría, como forma de estar en lo cierto,
es la más vil de las mierdas. Son individuos, usualmente solitarios y
proscritos, quienes han cambiado el mundo para mejorarlo un poco, jamás una
turba, jamás una asamblea. A cuántos barcelonistas he leído y escuchado decir
que Barcelona es el mejor equipo del Ecuador “porque tiene más hinchada que el
resto y llena todos los estadios del país”. Y esto, pese a ser cierto,
digámoslo con mucho cariño, el rato de hacer goles no sirve para un carajo. Como
no le sirve al país o a una ciudad que su gobernante sea “popular” como única
forma de avalar su desempeño.
Pero
así como diosito que a veces hace que
gane un equipo y otras veces hace que
gane otro equipo, aunque toditos los jugadores se santigüen por igual dieciocho
veces cada uno y, por cada tiempo, las mayorías también suelen dar sus
sorpresas. Claro que es más fácil controlar el ánimo de las mayorías que
controlar el ánimo del viejito barbudo de la estratósfera, porque si de algo le
sirve a diosito ser Dios Padre, es que no ve propagandas.
Ahora
bien, ambas entelequias son útiles cuando el gobernante de carne y hueso
precisa de un tercero para legitimarse cuando sus actos por sí solos no le son
suficientes para sentirse seguro. Y así, cuando no eres tan bueno como crees,
necesitarás apelar a un tercero aunque sea difuso, tal vez enorme, tal vez
poderoso, tal vez invencible, tal vez perfecto. Tal vez imaginario.
LAS MAYORÍAS Y DIOS
Reviewed by RLN
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15:21
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