EL LÍDER Y EL PROFETA


La inteligente tuitera  @mariasolborja escribió este mini texto en su cuenta:  “Si me mandan un comunicado en el que se refieren al jefe del partido como "nuestro líder", más que en política, pienso en una secta.” 

Las frases  o reflexiones lúcidas son como una patada en el coxis del cerebro de quienes tienen la suerte de encontrarlas y entenderlas. Y tuve esa suerte: de súbito significaron lo mismo líder y profeta, partido y religión. Estos términos empezaron a parecerme, otra vez,  un sinónimo. ¿Podremos algún día sacudirnos de esta pérfida tendencia a dogmatizar el pensamiento? Cada vez tengo menos esperanza en que así sea.

Leo y conozco a gente que dice con orgullo no someterse a religión alguna por varias razones que comparto, entre ellas, porque las religiones han sido motor de violencia, guerra y crimen. Pero me desconcierta a veces, descubrir en esas mismas personas (no todas) de pronto un amor enfermizo por un equipo de fútbol y por consiguiente un odio igual de dañado hacia  algún equipo rival.  Todo aquel sujeto que se ha ganado mi respeto por su equilibrio en el tema religioso y que al a vuelta de la esquina vocifera sinsentidos a favor de un equipo de fútbol, vuelve a mi lista de fanáticos indeseables.  Maldita tendencia al dogma santificador o condenador la nuestra.

El líder político, al igual que el profeta, incluye una promesa de felicidad. Entonces el líder es santo, es pulcro, es bueno y generoso. Y pobre del hereje (o ahora el corrupto) que  crea  o sepa lo contrario. El partido es la religión, santificado por salpicadura, y de paso el pensamiento de tal o cual agrupación es la iglesia a la cual nadie puede oponerse, ni peor hacerlo con evidencias.   La evidencia de un crimen desata pasiones de no creer entre los defensores de alguna “verdad”.

Atrévete a decir que en tal o cual dependencia hay corrupción! En seguida en el cerebro de los “fieles” se mezclan con velocidad de licuadora la “santidad” del líder, la promesa de la “fe”, la “grandeza” del partido, y el denunciante caerá en las llamas del insulto, la violencia y la desacreditación.

Atrévete a señalar algún crimen de alguna iglesia, presenta las evidencias que sean! En seguida en el cerebro de los “fieles” se mezclan con velocidad de licuadora la “santidad” del profeta, la promesa de la “fe”, la “grandeza” de Dios, y el denunciante caerá en las llamas del insulto, la violencia y la desacreditación.

El dogma religioso es tan antiguo como el político. A fin de cuentas el poder siempre fue controlado por alguna forma de autoridad muy apegada a algún sacerdote de lo que sea. Que sea un medio para controlar a los súbditos ya es una gris derrota de la humanidad, pero que además sirva para sentirte mejor que tus amigos y te creas en el derecho de “moralizarlos” ya es una enfermedad terminal.

Nadie es santo, ninguna institución es santa. Nuestra obligación es entenderlo carajo. O no usemos en nuestras oraciones la palabra LIBERTAD.


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