Aclaro
que por ningún lado este artículo pretende ser una hipótesis sociológica. Y lo
digo porque es solamente una visión personalísima mía a raíz de algunas
experiencias de última data en el Puerto Principal. A la corta esto no es más
que un sentimiento. Ojalá me equivoque
en lo negativo y no en lo alentador.
Ahí voy:
Tengo casi 40 años y recuerdo las trágicas y vergonzantes alcaldías que
sufría Guayaquil desde Antonio Hanna Mousse, pasando por Abdalá, sus sucesores,
luego su ñaña Elsa, su sucesor y todos esos años tristes y fracasados que deben
sumar al menos dos décadas. Una ciudad
hundida en la basura y la derrota. Tal vez sin espacios libres de ninguna de
las dos.
Recuerdo
en Quito alcaldías como la de Sixto, Álvaro Pérez, Rodrigo Paz. Hasta el futuro
triunfador de las próximas elecciones (por la vía de la extradición) Jamil, fue
un buen alcalde. Sevilla hizo lo suyo. Quito no era pues una ciudad derrotada.
Los que acabo de mencionar no fueron alcaldes como los Bucaram guayaquileños.
Para
explicarme mejor voy a citar fragmentos de la novela “La Sultana Roja” del
español Alberto Vázquez Figueroa:
“…Y
Quito me fascinó,
¡Qué ciudad tan perfecta!
Qué clima, qué gente,
qué paisaje…”
“…Guayaquil
se me antojó la otra cara de la moneda de Quito; es decir, una ciudad sucia,
maloliente y bochornosa….”
Yo
recuerdo el regionalismo, el odio a los quiteños por parte de muchísimos
guayaquileños. Esa ira y frustración que terminaba por culpar al “centralismo
absorbente” de Quito por el estado lamentable de Guayaquil. Recuerdo los picos de odio y
egoísmo protagonizados por Illiworth y Higgins. Y siempre me parecieron
injustos. Incluso los números demostraron que pese a ser una ciudad de
burócratas, Quito aportaba más que Guayaquil al fisco y recibía
proporcionalmente menos. El secreto estaba en las administraciones municipales,
pero pocos lo quisieron ver. Ojo,
muchísimos quiteños también son regionalistas y odiadores.
Hoy,
no creo que alguien pudiera escribir algo tan general como lo dicho por Vázquez
Figueroa en su libro que trata de una terrorista que llega al Ecuador. En
cuanto a que Guayaquil ya no pueda ser descrita de esa forma me alegro
profundamente. Quito por su lado, se ha
ido bastante para el carajo.
Y es
que León y Nebot, con todos sus defectos (varios imperdonables) rescataron mucho de una ciudad que hoy no debe sentirse
igual a aquella de los años ochentas, y en Quito ocho años de Moncayo y los
interminables años de Barrera han sido cuesta abajo.
Pero
les anticipé sobre un sentimiento nacido de experiencias personales. En los
últimos meses, gracias al twitter he conocido guayaquileños brillantes y además
de una generosidad inolvidable. He visitado Guayaquil y solo he recibido afecto,
espacio, calor humano del bueno. Y me he puesto a pensar ¿qué cambió?
Seguramente tuve la suerte de conocer damas y caballeros inteligentes alejados
desde la cuna de sentimientos pueriles como el regionalismo y el egoísmo, pero
yo quiero creer también que algo ha cambiado para bien en la sicología general,
pese a que esto podría ser a causa del, por decir lo menos, estancamiento de la
Capital. Lo que hace años podía ser una experiencia cercana a lo hostil, hoy
puede ser hasta fraterna.
Hoy
quiero sentirme positivo. Y quiero creer que las ciudades empiezan a respetarse
y a quererse. Que papá estado tiene mucha plata para repartir y que además
estamos administrando mejor esos billetes. Quiero creer que en las piedras
secas de los últimos años de declive quiteño pueden nacer rosas, y que de los
años de mejoría en Guayaquil pueden nacer más rosas. Es probable que no, y que
estas frases sólo queden en la lista de las frases cursis del año, pero hoy
quiero pensar así. Debe ser la gratitud a mis nuevos amigos monos, ellos saben
quiénes son.
Quito y Guayaquil
Reviewed by RLN
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16:35
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