A casi todos quienes buscan –con buena fe– cambios en
el país les vence la impaciencia. A mí
me pasaba lo mismo, hasta que finalmente he llegado a comprender que el ciclo
vital del Ecuador no es el mío.
Lo dicho es obvio, un país o una nación pueden existir
cientos y cientos de años, mientras que un humano con 90 debe ya darse por
satisfecho. En esos 90 años todo lo que queremos que ocurra debe ocurrir: todos
los cambios, los giros, las tragedias y alegrías, todos los triunfos y las caídas.
En la vida humana individual se necesitan pocas décadas para alcanzar el ideal
buscado o para buscar excusas cuando nos ha ido mal. En la vida de un país no
pueden resolverse las cosas en décadas (aunque en un minuto se pueden destrozar
los años futuros), peor en un país que empezó con desventajas y en desorden.
A propósito del tiempo que se necesita para que un
país funcione como queremos, me referiré
a una idea que me surgió después de escuchar una reflexión de Marcelo Dotti en
su programa de radio, con el que suelo
disfrutar y aprender. Marcelo mencionaba el caso de los Vikingos que eran unos
brutales saqueadores hace cientos de años, y que en la actualidad son un trío
de países casi perfectos: Noruega, Finlandia y Suecia. Se trata de estados con los más altos niveles
de respeto a la ley, ya quisiéramos nosotros
ser como ellos.
Tomar conciencia sobre esta circunstancia me hizo
recuperar mucha confianza en la humanidad ecuatoriana, pues por qué no –dentro
de algunos siglos o tal vez menos– alcancemos a ser ese país perfecto en el que
todos soñamos, mientras se nos revira el hígado en el tráfico idiota, frente al
noticiero irrigado de nuestras alcantarillas, sangrando luego de algún asalto y
mil otras circunstancias.
Nosotros –Ecuador– somos país desde 1830 y nos merecemos algunas consideraciones por nuestra
evidente inmadurez. En 183 años ningún
país se volvió perfecto y reto a cualquier persona a que encuentre alguno si es
que nos ponemos de acuerdo en lo que significa esa “perfección”.
La impaciencia arrecia porque los chismes hoy vuelan a la velocidad del Internet
y, claro, todos acá sabemos que hay sitios donde se respeta el paso cebra,
donde los políticos no roban tanto, donde se rinden cuentas, donde se pagan
impuestos sin mucha trampa, donde las mujeres no son reducidas al estado de su
himen, y donde, en resumen, se respeta el jardín de los vecinos, los bolsillos
del prójimo y la zona genital de los unos y los otros.
Pero, vamos, la cosa no es para nada mala. Gracias a entender que moriré
tres veces antes de que el Ecuador sea el país que aspiro, estoy
particularmente contento con la época que me ha tocado vivir en este
territorio.
Quiero contagiarles con mi sensación de alegría. Es que ahora hay mucho
espacio para la duda, es época de irreverencia fundamentada, son pésimos
tiempos para el silencio (aunque se lo busque), la palabra del cura en el
púlpito ya no es la última verdad para todos. Tampoco es sagrado lo que dicen
los periódicos, ni otros medios de comunicación. Incluso las palabras de los
políticos ya penden de un hilo, pues que solo uno de ellos -a nivel nacional- y
tal vez 3 políticos cantonales por ahí gocen de credibilidad de grandes números
de personas es una derrota humillante para el gremio.
Además, nos han tocado los días en que se discuten cosas que hasta hace
pocas décadas eran tabúes acorazados bajo castigos y reproches enormes y
vergüenzas impuestas.
Matrimonio de parejas del mismo sexo, adopción de parejas del mismo sexo,
legalización de las drogas, eutanasia, aborto, educación, universidades,
libertad de expresión, derechos de la naturaleza, derechos de los animales,
medio ambiente, consumismo desbocado, etc.,
son temas que están en la mente de la mayoría. Yo prefiero vivir ahora cuando
al explotar petróleo –al menos– hay un enorme pudor (e incluso la necesidad de mentir), que en los mil
novecientos setentas cuando nadie dio un céntimo por la naturaleza cuando hubo
la sagrada procesión del barril de crudo que armó el Bombita Rodríguez.
Estos temas van siendo discutidos hasta el cansancio en todos los espacios
posibles pese a los silencios forzados que pretenden los conservadores miedosos
cuyas réplicas en el pasado defendían la esclavitud, ignoraban la pobreza,
celebraban la desigualdad social, quemaban científicos, y se masturbaban con la
idea de una verdad única o incluso una sola causa. El nivel del debate no es
para un premio, pero a veces se cruzan ideas y estilos resaltables.
He visto en carne propia este tipo de personajes
alimentando el silencio. Mi hermosa mujer, Gabriela, lucha en contra del
maltrato animal por donde puede y como puede. Sufre sinceramente por cada
animal asesinado, maltratado o torturado del que tiene noticia y cuando hace
activismo público nunca falta el sublime tarado que le sugiere que se dedique a
cuidar niños pobres en lugar de defender animales. Como si tuviéramos que
primero ponernos de acuerdo en qué causas van primero, cosa imposible y nunca
vista. Por eso ya se resolvió el tema de la energía eléctrica para encender
focos PESE a que no se ha resuelto el mal del cáncer. Como si alguien pudiera
decir que es más importante prohibir la ablación de clítoris en África que el
hambre en la India. Como si ese sublime
tarado cuidara niños pobres en lugar de joder en Facebook. A ella le limpio las
lágrimas de frustración y para devolverle la paciencia le repito que en Estados
Unidos hubo una guerra civil para prohibir la esclavitud y que les tomó cien
años más una ley de derechos civiles porque la segregación no había terminado,
y si a ellos que son tan eficientes les ha tomado tanto tiempo y sangre
conseguir algo TAN GIGANTESCAMENTE OBVIO, que tenga paciencia con lo que tiene
que seguir peleando.
En fin, lamento este lapsus doméstico pero que se
repite en miles de casas de gente que piensa hacia delante y no se aferra al
pasado aún cuando éste le resulte cómodo.
Estoy contento de esta época y en este país. Creo que
hace dos siglos me hubiera tocado fingir que creía en el dios de la mayoría;
asumo que en Argentina hubiera tenido que amagar que me gustaba la dictadura; supongo que en EEUU hubiera tenido que ir a asesinar gente en alguna guerra
“por la democracia”; y a veces me pregunto si hubiese tenido los cojones para largarme de Cuba como tantos miles de balseros escapando del "paraíso".
Prefiero este bonito país que ha tenido siempre el
buen gusto de solo joderse a sí mismo, nunca le robó nada a ningún vecino, ni
armó al fío portaaviones para cruzarse el mundo a emborracharse de petróleo. Y bueno, como no
ha producido ninguna idea propia, tampoco se le ha ocurrido ir a imponerla en
ningún lado.
Quiero empezar a disfrutar de este volátil presente y
vuelvo a la utilidad de tener paciencia. No la sugiero como forma de parálisis
sino de comprensión de las dinámicas que nos rozan la vida. No viviré para ver
muchas cosas y este entendimiento me serena. Solo aspiro a morirme antes de que
el paso del tiempo me convierta en un conservador anquilosado y ridículo
defendiendo las ideas que alguna vez fueron de vanguardia. El pensamiento es un
río al que hay que navegarlo, nunca quedarse en la orilla, ni peor represarlo.
Aferrarse a ultranza a los cambios conseguidos es como pretender no digerir un
manjar que nos ha encantado.
No llegaré a ver la organización social que aspiro,
pero hay semillas flotando en los vientos y otras ya germinando a una velocidad propia
que no deja otra opción que respetarla.
PACIENCIA
Reviewed by RLN
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9:41
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