LA HUMANIDAD

Estoy por llegar a los cuarenta y tres  años y necesito con urgencia un tanque de aire limpio.  Siento el vacío, pero al mismo tiempo son casi visibles los hilos que me unen y vinculan a todo lo que me rodea. Soy parte de un todo que no me necesita para serlo.  Soy parte de la humanidad, y esto es lo que pienso al respecto:

A mi edad no me ha quedado otra opción que consolidar una cara dura, un poker face exclusivo para la vergüenza de ser un mero consumidor de la inteligencia de unos pocos seres humanos que seguramente van por el mundo con una actitud mucho más agradable y sencilla que la mía.  Amigo lector que has vacunado a tu hijo en contra de la poliomelitis estarás de acuerdo conmigo en que siempre fue mejor que vivieran John Franklin Enders y Jonas Edward Salk a un tipo como yo o como tú mismo.

No sé ustedes, pero a mí a veces sí me causa una forma de tristeza no ser realmente necesario para la humanidad. Digamos, que si yo hubiera sido el mesopotámico encargado de inventar la rueda, estuviéramos hasta ahora todos cagados los riñones empujando cubos. No se diga de alguna medicina, aparato de comunicación o de transporte. 

De pronto y seguido, me despierto con alguna idea genial que ya fue patentada hace 100 años.  De prócer tengo lo que de campeón olímpico.  Y lo peor ( o mejor como para que el mal de muchos me consuele)  es que vivo en un país que no es la “cuna” de nada, así como Grecia lo es de la democracia, Persia de las matemáticas, o Sudáfrica de Charlize Theron. 

La edad me va echando a perder no solo las rodillas sino el alma. Con el tiempo mi naturaleza parcialmente altruista se fue cubriendo con egoísmo, defiendo cada vez menos espacios, protejo cada vez a menos personas. Esta vida ya no me pertenece pues de mí dependen mis hijos y me resulta cada vez más fácil mirar hacia otro lado cuando la comodidad así me lo exige. Tal vez si Jesús cumplía cuarenta años hubiera renunciado a su loca idea de sacrificarse por tantos millones de bestias sin remedio.

Llevo en la cabeza la lista de genios a los que nunca me igualaré y a los que les debo (debemos) la vida que tenemos. Y cada día sumo otro y otro más y no les reconozco  con la gratitud que se merecen. El último ser superior del cual estoy usufructuando sin saber ni su nombre es el buen hombre que inventó la resonancia magnética.

En definitiva y frente a la humanidad, a mis cuarenta y tantos acepto dos gigantescas realidades, la primera es que no le hago falta al mundo ni a su historia o desarrollo. Soy un bicho minúsculo que consume las estrellas que caen de las neuronas de seres superiores, por ejemplo un teléfono celular, o una técnica quirúrgica.  A cualquier árbol de aquellos que limpian el aire y de paso adornan el universo, le reconozco mayor valor que yo frente a las necesidades del planeta.

La segunda realidad me es más difícil de resumir.  Está en los roles que tenemos en la sociedad que no han cambiado desde hace miles de años. Estas invariables formas de estar en el mundo son escasas, el mundo no ofrece muchas opciones para que seamos personajes en su obra de teatro diaria e histórica: rey o reina, sacerdote, cortesano o señor feudal y vasallo. El rey a la cabeza de la pirámide y de ahí para abajo los que se lograron acomodar en uno u otro piso social, político, administrativo, etc. Lo único que cambia es el formato, rey o presidente, o primer ministro; sacerdote de la religión que sea y en algunos casos hasta deportistas y políticos populistas; señores feudales o ministros de estado, grandes empresarios, y rutilantes famosos de cualquier índole; y al final, vasallos que venimos a ser el resto de personas que habitamos esta esfera.  No me quejo del escalafón, aunque me tiene muy aburrido, pues en muchos casos éstos han sido la consecuencia de los talentos y empuje de quienes los ocupan, lo que me pone rebelde es que los roles son poquísimos y mientras más gente tienes abajo, más cómodo te sientes.  En pocas, ni soy necesario, ni he creado un rol diferente a los que ya están aquí desde siempre. Aunque me encantaría ser rey, pues en el fondo no me gusta trabajar para vivir.

Y tampoco es que piense que no merezco ser parte de la humanidad, si la verdad no es gran cosa. Tan frágil, tan débil y estúpida que un solo ser es capaz de llevar a millones a la muerte, a la miseria y a la destrucción. 

Quisiera encontrar la forma de no pertenecer a nada, que ninguna institución me robe un ápice de mi personalidad (no digo que sea linda, pero es mía). No quiero agremiarme a grupo alguno. Nunca volveré a ser miembro de un sindicato de ningún tipo, ni de nada que se le parezca. Quiero estar solo, quiero que nadie me joda. No acudir a votar, ser individual, sembrar árboles, cumplir con una parte mínima de convivencia social respetuosa y ni un gramo más de nada, pues ni doy, ni recibo. Quiero que esta sea  mi fórmula para afrontar el tiempo que me resta junto a la humanidad.

El tiempo es mi tercer impasse con la humanidad.  Una de las pocas estadísticas que podrían jugar a favor de la frase “todo tiempo pasado fue mejor”, sería la de la expectativa de vida. Aquello de ser anciano a los 30 años de épocas remotas, posiblemente actuaba a favor de la buena humanidad.  

Cuando llegas y pasas los cuarenta (salvo que seas un afortunado inconsciente) no te quedan muchos gramos de bondad espontánea, de inocencia, de fe en el ser humano, de optimismo por el futuro, ni tampoco conservas algo de miedo a una justicia divina. De ahí que una de las opciones es lanzarte a la egoísta defensa de tu metro cuadrado, jugando limpio o sucio, pero pensando en ti y en tu familia cercana, casi en exclusiva.  Siendo honestos: el ser humano del siglo XXI ya sabe que el dólar es mucho más eficiente que cualquier dios. El desarrollo industrial ha puesto al alcance de la gente el dinero de una manera más extendida que en pasado. Hoy, en promedio, hay menos pobreza, más recursos, más bienes y servicios.  Antes era más entendible creer en algún dios a falta de cosas materiales y reales. Los ¨milagros” de hace un siglo como una operación de apendicitis, ya pueden ser comprados. Hoy la realidad supera a la fantasía. Y si nos ponemos de acuerdo en que un dólar (o un euro para aquellos millones de lectores míos en la Unión Europea ;-) ),  puede más que cualquier salmo, entenderemos que la humanidad es un adulto descreído, egoísta y posiblemente tramposo. 

El tiempo nos corroe los huesos y las arterias, así como nos corroe el “alma”.  Ya qué, es lo natural en nuestra especie, no somos como otros animales ni plantas. Mientras un hermoso árbol nos hace el favor de limpiar el aire que contaminamos, nosotros lo talamos para dejar espacio dónde sembrar cereales con los que alimentaremos animales que asesinaremos para comérnoslos, produciendo con toda genialidad un carísimo alimento que se paga en mucha plata y mucho más dolor. Es lo que somos, pero como salimos guapos en las fotos de Facebook, entonces todo bien.


Desaparecer quisiera, encontrar un lugar rodeado de bosques antiguos con árboles capaces de entender mis palabras. Esfumarme es una opción que me convoca. No solo diluirme en el presente sino en el pasado, no haber nacido para que nadie me eche en falta. O mejor aún, repetirlo todo de nuevo y nacer con un cerebro y una constancia suficientes para inventar una pastilla para la empatía que dure más que el LSD.  



LA HUMANIDAD LA HUMANIDAD Reviewed by RLN on 11:52 Rating: 5

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