Capítulo propio merece este segmento
del cuerpo masculino. No solo es importante por sí misma sino por su puerta de
acceso. A la próstata le debemos más de
un sentimiento de orgullo y la elaboración de algunos “collares de
perlas”. Y todos sabemos que a partir de
los 40 debe uno someterse a un examen
que además de físico es un reto emocional, y hasta puede llegar a ser
sentimental.
Lo primero que hice fue pensar en
seleccionar a un urólogo adecuado. Consideré la posibilidad de acudir donde una
uróloga, pero me conozco y es altamente probable que el tacto rectal efectuado
por un dedo de dama termine en erección no planificada. “Conócete a ti mismo” es una buena idea
siempre.
Así que lo segundo que hice fue
llamar a pedir una cita al mismo médico que me hizo la vasectomía, ya le tengo
confianza luego de haberle encargado lo que le encargué. Atendió el teléfono su
secretaria y le pedí una cita para una examen de próstata.
Yo se que ella enseguida pensó en mi
asterisco siendo vulnerado por el dedo de su jefe, hizo un silencio como
aguantándose la risa y me dijo que primero me haga un examen de sangre para
revisar mis niveles de antígeno prostático y que con esos resultados de la
química y sus números acuda a la cita.
Le odié como se odia a todo testigo
de aquello que nos avergüenza. Ella sabe, en todo
este tema de mi examen de próstata, la secretaria viene a ser como ese viejo parecido a Papá Noel que les jaló el mantel a los de la FIFA.
Ahora bien, al mal paso darle prisa
dicen los antiguos y yo creo que además uno tiene que ser elegante ante la
adversidad, así como los músicos del Titanic.
Si sabes que vendrá alguien a explorarte las zonas prohibidas, creo que por más
prohibidas que sean, no se puede justificar muestras de abandono o de poco
mantenimiento. Así que recordé que desde hace años existe un producto de
belleza llamado anal bleaching. Esto
es blanquearse la puerta de atrás del cine y sus áreas vecinas con cremas que
contienen hydroquinone y ácido del kojic. Busqué en varios sitios y no di con
las cremitas ni con sus componentes, así que me fui por la vía tradicional y
casera y me transparenté las cuentas con limón.
Al contrario de lo que imaginarán,
la sensación no es de sabor amargo, porque papilas gustativas no tengo en el
rabo, pero si fue una sensación fría, húmeda y luego cálida. La experiencia no es repetible, luego me di cuenta del riesgo de tragarse una pepa, pero asumo que quedé lozano y agradable a primera vista. Y reforzado con vitamina
C.
Así, llegó el día de mi cita, mi
secretaria me confirmó que sería a las 11:00
y agarré un taxi en el que me senté con mi bien presentado fondo de botella y fui en
pos de la verdad. Cruzamos la ciudad atosigada de sol y tráfico. Reprimí el
natural deseo de soltar un par de gases, (que para la hora no eran inusuales)
para mantener el perfecto estado de la zona, así como cuando va el Papa de
visita a una ciudad y le esconden los mendigos.
Llegué al consultorio sofocado y aburrido por los autos y el smog. La secretaria del doctor me dijo que la cita
no era a las 11:00, sino a las 15:20.
Apreté el ojete con furia. Saber cuál secretaria se había equivocado
será más difícil que hacerle un examen de próstata al correcaminos pensé, así
que yo y mi furia nos subimos en otro taxi y regresamos a la oficina.
Pasaron las horas que tenían que
pasar. Salí a buscar otro taxi y me senté sobre mi, asumo, ya no tan bien
presentable tercer ojo. Volvimos a cruzar este laberinto preñado de autos y
buses hasta detenernos junto al edificio donde trabaja mi doctor. Un poco iba yo con la actitud del que se va a casar por segunda vez, contento, pero sin tanto gel.
Esperé unos minutos jugando con las
hojas donde llevaba impreso el resultado de mi antígeno prostático. “Antígeno
prostático” es ya una combinación de palabras deprimentes que solo se les
atraviesan a los pobres hombres que llegamos a esta puta edad. La secretaria me pidió dirigirme al fondo a
la izquierda. El pasillo era largo y solo le faltaba la marcha nupcial.
Entré y el doctor me miró sonriente.
En la ventana las faldas del Pichincha se levantaban dejando ver su enorme
tanga narizona. Nos dimos la mano, traté
de calcular el ancho de sus dedos. No pude. Le puse el ojo en las uñas, estaban
cortas y bien cuidadas. Por un momento agarró el teléfono, sus dedos tenía un
largo y ancho que reconocí como manejables, digamos, como los impuestos de hace 5 años. Sentí un vuelco en el estómago y algo de taquicardia. Pensé en las doncellas que hace años pasaban
por esta situación previa a la pérdida de la calidad de tales. Busqué el frasco
de vaselina. No había un mísero frasco de vaselina por ninguna parte. Recordé a
Samsa Stark. ¿Cada médico tendrá su estilo? ¿El estilo de este doctor será el
lavado en seco? Pensé en salir
corriendo. Una cosa es que te depreden una zona tan delicada y otra que además
te pasen raspando sin consideración.
Mientras todo esto yo pensaba y
analizaba, el doctor revisaba mi historia clínica y los resultados de mis
exámenes de sangre. De pronto dijo, “El tacto rectal es opcional, Rafael, con
tus resultados del antígeno y antecedentes familiares, realmente no es
necesario. Depende de ti”.
Un poco me sentí defraudado porque a
fin de cuentas me había pasado los últimos meses preparándome mentalmente para
someterme al procedimiento y había gastado quince centavos en un limón para
adecentarme la vereda. Pero por gula no
me iba a someter a semejante invasión. Entonces le dije que si no hacía falta,
mejor y dioslepague.
Vino su asistente. “¿No le va a
hacer el tacto, doctor?”, preguntó la metiche y el doctor le dijo que no y que
solo me hará una ecografía de vejiga y riñones.
Me condujo a una salita totalmente pulcra y blanca. “Bájese el pantalón”, me propuso. “Acuéstese aquí”
y me señalo la camilla. Me puso un gel frío entre el ombligo y la primera línea
de entristecidos pelos púbicos. Aplastó un aparato con forma de mouse sobre mi
panza con gel y en la pantalla aparecieron en blanco y negro mis riñoncitos tan
lindos y con forma de riñón. Llegó el
doctor. Miró la pantalla. Me dijo que
estaba todo perfecto. La asistente
volvió a preguntarle si me haría un tacto rectal. “Ya dijo que no, no sea encamosa” le respondí mientras me
limpiaba el gel de la barriga con una servilleta de papel. El buen doctor me
recomendó un nuevo análisis de sangre en dos años y que si todo iba bien, mi
tacto rectal sería a los 50 años.
Y así fue como mi zona intangible
entró en moratoria de 10 años y la duda de si el asunto me hubiese gustado
quedará para resolverse luego del mismo plazo señores.
Aunque uno nunca sabe, ya ven el Brad
Pitt.
La próstata
Reviewed by RLN
on
17:08
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