Cuando cae un rayo se libera una enorme cantidad de energía que –salvo que achicharre a algún delincuente- es un verdadero desperdicio. Y cuando cae un rayo se genera una súbita iluminación que se llama relámpago. Luego de unos segundos suena ¡broum!, y esto es el trueno. Se sabe que vemos primero la luz antes de escuchar el trueno porque la luz viaja a 299.792.458 m/s, mientras que el sonido lo hace a 340 m/s. O sea si usted quiere saber a qué distancia cayó un espectacular rayo (a casi todos nos seduce la idea de saber qué tan cerca estuvimos de morir), lo que tiene que hacer es contar los segundos que hay entre el relámpago y el trueno. Si cuenta hasta tres, el rayo cayó a un kilómetro de usted. Si no contó nada, capaz que le cayó demasiado cerca y mejor hágase a un ladito.
Este dato requete conocido de un par de fenómenos naturales donde uno llega impajaritablemnte después del otro, me hace pensar en la forma de actuar de la policía. Verán: Un bus patina a causa de sus llantas lisas, se cae al barranco y mueren docenas de personas. Lo inmediatamente posterior es verles a los policías chequeando la profundidad del labrado de las llantas en sus usuales batidas ultra sorpresivas. Lo impresionante es el aparatito supermoderno que miré a un chapita utilizar para medir tal profundidad. Era una moneda de un centavo. “¡Coja una moneda de 50 centavos mejor que mis llantas son nuevas!” le escuché decir a un cague de risa conductor bien sazonado con sal quiteña.
No es mentira si les cuento que un día después de este “control” caminaba con mi perro por la ciclo vía de Tumbaco (el veterinario nos dijo que bajemos de peso), cuando un poncharello criollo pasó junto a mi en su moto aplicándome una mirada de hielo. Entonces recordé el asesinato de un conocido médico en la misma ciclo vía, hace pocas semanas. Poncharello no me hizo sentir seguro, por cierto.
Los delincuentes son el relámpago y la policía es el trueno. La autoridad resulta a veces ser la consecuencia del crimen, el siguiente paso, el capítulo siguiente. Sin relámpago no suena el trueno y sin tragedias no asoman los policías. Conceptualmente esto parece ridículo, la autoridad debería estar antes, evitar las miserias, ser algo más que el ruido luego del flash. Pero esto no ocurre, porque los inocentes siempre juegan en desventaja.
Ahora, como es pecado mortal generalizar, vale decir también que los pobres policías no tiene la culpa de tanto delincuente. Por ejemplo, hace un año una pandilla de choros asaltó una casa, alguien logró llamar a la policía, un policía sin balas en su alimentadora entró a lo macho a la casa y logró capturar a uno de los delincuentes con una funda de cosas en la mano, mientras los otros huían en un jeep disparando al aire. Durante el juicio, se presentaron como pruebas las cosas robadas, el testimonio del policía valiente, el mismo pillo CONFESÓ que andaba necesitando plata y pidió perdón a las víctimas (mujeres golpeadas), pero los jueces del Tribunal Segundo de Garantías Penales de Pichincha lo declararon inocente. ¡PERO INOCENTE POR FALTA DE PRUEBAS! Claro, en estos casos uno desea que la fulminante energía de los rayos no se desperdicie en praderas inhabitadas o en postes de teléfono. Pero lamentablemente los rayos son como la belleza de una monja: un desperdicio.
El rayo y la policía
Reviewed by RLN
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15:57
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