Antes del 30 de septiembre del 2010, la bulla pública estaba estacionada en aquel famoso oficio de la Ministra de Obras Públicas exigiendo a los autores del libro “El Gran Hermano” a retirar de circulación el libro y recoger los que ya han vendido. Este nada santo oficio impreso en papelería oficial del ministerio, además de ser impracticable, (solo le faltó pedir a los autores que se aseguren que aquellas personas que ya lo leyeron tengan la amabilidad de olvidarse lo que aprendieron so pena de ser procesados en algún tribunal de la memoria), levantó tormentas a favor de la libertad de expresión por todas partes y medios.
A mi personalmente me pasó lo que viene:
Una amiga publicó en su Facebook la sugerencia de leer Fahrenheit 451 de Ray Bradbury,
Lo leí.
Es la historia de una sociedad post literaria donde los bomberos queman libros para evitar el conocimiento del público y mantenerlos “contentos”.
Ratifiqué que “contentos” a veces es un sinónimo de “cojudos”.
En la edición que conseguí de esta novela se incluye un postfacio del mismo autor, escrito varios años después de la publicación de esta obra.
Encontré una frase de este genio que me dejó perplejo:
“Porque no hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe”.
Ray Bradbury ingresó a mi monte olimpo particular.
Lo que viene es obvio:
Somos buenísimos para quejarnos.
Somos campeones para sentirnos víctimas de los que logran el poder, sin que entendamos que ese poder es transitorio.
Olvidamos que los primeros demonios que tenemos que vencer son nuestros defectos y vacíos.
Nos asustan los oficios como el de esta señora, porque somos un país absolutamente débil intelectualmente hablando.
En una sociedad de gente que sabe, que aprende, que lee, una señora así sería –con suerte- secretaria ejecutiva del comité pro mejoras del sistema de control del pecado de la quinta parroquia de la iglesia santa escribana balevergueana.
Y pocos le pararían bola.
No alcanzaría a ser noticia, salvo en algún foro en el Internet donde los estúpidos hescriven lo que pienzan, y que los demás se calien la voca porke los otros son unos iknorantes que no haprendieron a escrivir.
Si todos los que reaccionamos indignados con el fantoche oficio de Duarte, tomásemos un libro, las posibilidades de que una mujer así se repita, disminuyen. Mientras no leamos, no seremos mejores que ella. Si cada vez que nos enojamos con alguna brutalidad –del estado o de quien sea- compráramos un libro, tal vez el Ecuador conozca una verdadera revolución.
Torquemada Duarte y cualquiera de nosotros
Reviewed by RLN
on
11:28
Rating:
No hay comentarios:
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.